A María no le gustaba la oscuridad, dormía con la luz prendida soportando muchas veces las quejas de sus hijos.
Nunca terminó de instalarse en Buenos Aires, extrañaba demasiado su San Luis, el aire fresco de las mañanas, el silencioso murmullo del campo. Y tal vez al repetir algunas de las costumbres de las que hacía de chica, volvía a su pueblo.
Así se hizo jardinera del edificio. Así nos conocimos.
–Sergio, vos que sabés de plantas, hacete unos mates.
–Dale, pero el domingo me lo llevo a Lucas a la cancha.
–Hacete unos mates, que para el domingo falta mucho.
María amaba la vida, por eso nunca aceptaba que le dijeran de sacar plantas. Así, un día, entre los dos levantamos lo que sería mi primer bonsái, una mora que supo tirarse de la ventana de su departamento.
–Checho, baja que tengo algo para vos. La voz metálica del portero sonaba a secreto.
Era de noche, las 22 creo, Agosto de 2004. Había que sacar un Acer negundo que había crecido demasiado. Todavía con las manos llenas de tierra y la pala en la mano, María me hacía señas de jugador de truco, –te lo dejé ahí atrás, mirá que pesa mucho.
Es para vos, María.
Como pude lo cargué en el baúl del auto y lo llevé al vivero (una forma romántica de llamarlo), y quedó plantado en una maceta que le apretaba como zapato tres número menos. Era lo que había. Que mejor que veintitres vueltas de cinta de embalar para asegurar que no se escapara.
Unos cortes diagonales y unas plegarias fueron todo el trabajo que se le podía hacer.
Durante un año creció libremente, sólo agua y hormonas de enraizar. A veces y muy a veces un poco de Supertrive. Cada vez que lo veía muy largo lo podaba para tratar de engrosar las ramas, todavía no había un diseño pensado.
Junio de 2006, la falta de raíces en uno de sus lados (?) hizo que se pudriera gran parte del tronco. Una rápida intervención era necesaria.
Limpieza de las partes podridas y conservación de la madera para frenar la desintegración de la madera. Estas especies de latifoliadas son muy sensibles a los hongos, normalmente terminan los troncos vacíos con una textura acorchada muy característica. Limpieza, secado de la madera con fuego en varias etapas, polisulfuro a discreción y mucho sol fue la receta utilizada.
El diseño elegido fue intuitivo, muy intuitivo. No había línea definida ni volúmenes para elegir. Nada de espacio positivos o negativos, tratar de aprovechar la recuperación del super shari llevando parte del crecimiento hacia algunos lugares con cierto “potencial” a futuro.
Reaccionó mejor de lo esperado, engordando las ramas bastante rápido. Abono, agua, sol, evité otra ronda de plegarias, ya no hacía falta.
Agosto de 2007, ya con una buena ramificación gruesa empezamos los trabajos en el tronco.
Las dos ramas de abajo permiten una rápida relación entra las raíces nuevas y el follaje, estimulando el crecimiento de raíces de ese lado y la formación del labio de cicatrización en forma más rápida.
Las dos ramas de abajo permiten una rápida relación entra las raíces nuevas y el follaje, estimulando el crecimiento de raíces de ese lado y la formación del labio de cicatrización en forma más rápida.
Para tratar de que la textura ganara en contrastes, utilizamos el método de secarlo con soplete, mojarlo y volver a secarlo al sol. Los días de mucho calor se moja la madera para que el sol vuelva a estremecer las fibras. Lenta forma de trabajar, pero por estos lugares el tiempo sobra.
Digitalización del árbol en su maceta, un poco más de ramificación fina y empezar con el proceso de achicado de hojas, digamos unos dos veranos más.
María ya no está entre nosotros, se fue un día de verano dejándonos en su familia su historia.
Yo sigo llendo a la cancha con Lucas, vos María me diste permiso.
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