La térmica de la nostalgia familiar me saltó varias veces, y después de algunos cambios de vuelos hoy (y toco madera) vuelvo. En realidad empiezo a volver, porque puedo dejar este lugar pero estoy seguro que me va a llevar un largo tiempo irme.
Lamentablemente la muerte súbita de mi computadora me dejó preso de la amabilidad de Zezao para conectarme, lo que me imposibilitó poder publicar alguna de las más de 1300 fotos y algunos videos que de regreso seguro voy a subir.
Estar por más de 13 días en Milán y vistar la escuela de Toscana por un fin de semana sirvió para proyectar lo que va a ser la escuela en Argentina. El material de trabajo (todo yamadori), la manera de hacer bonsái, la pasión. Muchos puntos en común -no la parte de los yamadoris- que me hacen estar cada vez más seguro de mi propuesta de compartir todo, de evitar lo más que pueda la falsa e hipnótica sensación de tocar el cielo con las manos.
Todo se aprende de nuevo. Agradezco mi loca manera de sorprenderme siempre, y de aprender rápido. Todo es parecido, muy pocas cosas iguales. Pensar que todo empezó con un regalo de Clau y hoy me encuentro paseando entre pinos mugho y silvestres de más de 10 décadas.
Ya casi llega mi primo Flavio para llevarme al aeropuerto, mil gracias a él. La sangre tira, sin duda alguna.
Me llevo los ojos llenos de imágenes que nunca pensé ver, y un montón de agradecimientos, para los que me ayudaron a venir y para los italianos, portugueses y franceses con los que compratí estos días. A mi hermano Zezao.
Me verás volver -dice Gustavo Cerati-
Un hombre alado extraña a su familia.
Me llevo los ojos llenos de imágenes que nunca pensé ver, y un montón de agradecimientos, para los que me ayudaron a venir y para los italianos, portugueses y franceses con los que compratí estos días. A mi hermano Zezao.
Me verás volver -dice Gustavo Cerati-
Un hombre alado extraña a su familia.